Carl Rogers, psicólogo humanista, describe algunas características que encontró en pacientes cuya terapia, que denominó "centrada en el cliente" fue realizada con éxito.
En primer lugar, y tras muchas observaciones y reflexiones a través de los años, llega a la conclusión de que la vida plena es un proceso, no una situación estática. La vida plena tampoco es un estado de virtud, ni de resignación, éxtasis o felicidad, ni una condición en la que el individuo se encuentra adaptado o realizado. Estos términos sugieren que con sólo alcanzar uno o varios de estos estados, se habrá logrado el objetivo de la vida. Sin duda, para muchas personas la felicidad o la adaptación son sinónimo de una vida plena, sin embargo, otras se sentirían insultadas si se las calificara de "adaptadas", "resignadas" o incluso "realizadas". La vida plena es una orientación, no un destino. En resumen, la vida plena, según la experiencia de Rogers, es el proceso de movimiento en una dirección que el organismo humano elige cuando interiormente es libre de moverse en cualquier sentido.
Las características de este proceso en movimiento, según lo observado en los pacientes en tratamiento son las siguientes:
- Una mayor apertura a la experiencia.
La actitud de apertura a nuevas experiencias supone el polo opuesto a la defensa. La defensa es la respuesta del organismo a experiencias que se perciben o anticipan amenazadoras, incoherentes con la imagen que el individuo tiene de si mismo o de su relación con el mundo. Es muy difícil ver con exactitud los propios fenómenos emocionales y sentimientos que discrepan con la imagen que tenemos de nosotros mismos. Gran parte del proceso de la terapia, consiste en descubrir constantemente que experimentamos sentimientos y actitudes que hasta entonces no habíamos sido capaces de advertir y aceptar como parte de nosotros mismos.
Cuando estamos abiertos a vivir nuevas experiencias, no necesitamos poner en marcha constantemente los mecanismos de defensa. El organismo se permite percibir los estímulos con todas sus cualidades y dimensiones, la persona "vivirá" el estímulo, que sería totalmente accesible a la conciencia. La persona que se abre a la experiencia adquiere mayor capacidad de eschucarse a sí mismo y sentir lo que ocurre en su interior; se abre a sus sentimientos de miedo, desánimo y dolor, así como a los de coraje, ternura y amor.
- Tendencia al vivir existencial
Una segunda característica del proceso de una vida plena consiste en una mayor tendencia a vivir íntegramente cada momento. La persona deberá reconocer que "lo que yo sea y haga en el momento siguiente dependerá de ese momento, y ni yo ni los demás podemos predecirlo de antemano". El sí mismo y la personalidad emergen de la experiencia, que no debe ser distorsionada o moldeada para ajustarse a determinada estructura del sí mismo. Esto significa que el individuo se convierte a la vez en observador y partícipe del proceso de la experiencia. Este vivir en el momento no significa ausencia de estructura, sino un máximo de adaptabilidad y organización fluida y cambiante del sí mismo y la personalidad.
- Mayor confianza en el organismo
Cuando tomamos decisiones y elegimos el rumbo que tomaremos en determinadas situaciones, muchas veces nos apoyamos en ciertos principios con los que nos identificamos, ya provengan de ciertos sistemas, grupos o instituciones, en el juicio de otros, o en nuestra propia conducta en una situación similar en el pasado. En cambio, las personas que viven lo que Rogers llama vida plena, son capaces de confiar en sus propias reacciones ante una nueva situación, porque han descubierto que si se abren a la experiencia, la orientación más útil consiste en hacer lo que les "parece bien". El estar abierto a la experiencia supone ausencia de miedo y mayor capacidad de percibir los distintos aspectos de una situación, lo cual nos permite considerar cada estímulo, necesidad y exigencia, y sopesar de forma más libre los distintos factores para decidir el rumbo que vamos a tomar. Y si cometemos un error, seremos más capaces de darnos cuenta y corregirlo para cambiar de dirección si es necesario.
- Tendencia a un funcionamiento pleno
Los tres elementos anteriores se integran en la imagen de la persona que goza de libertad psicológica. Esta persona puede vivir en y con todos y cada uno de sus sentimientos y reacciones; emplea todos sus recursos orgánicos para captar la situación existencial externa e interna; utiliza de manera consciente toda la información que su sistema nervioso puede suministrarle, y permite a su organismo funcionar libremente al seleccionar, entre múltiples posibilidades, la conducta que en ese momento resultará más satisfactoria; confía en su organismo, no porque éste sea infalible, sino porque se encuentra dispuesto a aceptar las consecuencias de cada uno de sus actos y a corregirlos si éstos demuestran no ser satisfactorios.
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