La tristeza es una reacción normal ante determinadas situaciones de la vida. Es una emoción más, como la alegría, el miedo o la ira. Tras un evento estresante y difícil como la pérdida de alguien a quien queremos, un trabajo, una enfermedad, un problema al que no vemos solución..., sentimos deseos de llorar, apatía, abatimiento, alteraciones del sueño, etc., que se corresponden con el momento que estamos viviendo. Sin embargo, cuando ese estado se prolonga mucho en el tiempo y nos impide hacer una vida normal, podemos estar hablando de una depresión y necesitar ponernos en tratamiento psicológico y/o psiquiátrico. Igualmente, si el estado depresivo no responde aparentemente a ningún motivo o el paciente no se explica de dónde viene su desánimo, es probable que necesite ayuda para averiguar las causas y empezar un camino hacia la recuperación. Muchas personas pasan por experiencias muy difíciles y consiguen salir de ellas con ayuda de sus familiares y amigos, y porque tienen suficientes herramientas para hacer frente a sus problemas. Sin embargo, esto no suele suceder en la depresión.
El síntoma más visible de la depresión es el estado general de tristeza, la pérdida de interés por la vida y por las cosas que antes nos llenaban. Incluso el estado de desilusión y desinterés por todo conlleva muchas veces un sentimiento intenso de culpabilidad que se suma a su estado ya de por sí doloroso. Es frecuente escuchar en consulta a un paciente que dice "es que no sé qué me pasa, no debería sentirme así, tengo una familia estupenda, un trabajo fenomenal, gente que me quiere... sin embargo no sé por qué me siento así". Ese "me siento así" y la mirada de una persona deprimida, nos transmiten una pérdida de la capacidad de disfrutar de todas esas cosas. Y para más inri, la persona se dice lo peor que se puede decir para alimentar su depresión: "no debería sentirme así". La depresión es un trastorno emocional que produce en nosotros cambios importantes en nuestra forma de sentir, de pensar y de comportarnos. A nivel corporal, podemos sentir un cansancio excesivo, trastornos de sueño, pérdida de apetito, disminución del deseo sexual, entre muchos otros. Nuestra forma de pensar también se ve intensamente afectada; sólo podemos ver lo malo de las cosas, interpretamos la realidad de manera sesgada y negativa y nos culpamos por muchas cosas que hicimos o no hicimos, lo cual a su vez, daña profundamente nuestra autoestima. Nuestro estado de ánimo hace que vayamos perdiendo las ganas de hacer cosas, de ver gente, de salir. Arreglarnos y ocuparnos de las necesidades de aseo básicas se nos hace un mundo, incluso levantarnos por la mañana nos puede parecer un grandísimo esfuerzo. Ese círculo de pasividad y baja energía puede llegar a extremos en los que la persona no se sienta capaz ni de ir a trabajar.
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